sábado, 26 de abril de 2014

La mejor cagada de mi vida

En la carretera, viajando de día, uno se topa con cualquier cosa: eventos, emociones, realismo y surrealismo. Es precisamente ese tipo de surrealismo por el que vengo a visitar este blog, mi espacio.

A diez minutos de Ocaña, en la vía Aguachica-Ocaña, el aire nos inundaba los oídos con la canción de la lista de las 756 canciones, repitiéndose como una cantaleta materna. El hambre nos tenía en un estado de insensibilidad; las montañas parecían edificios, los árboles como cuida-carros, y el canto de los pájaros sonaba como pitos de autobús intermunicipal. Nuestro corto paseo carecía de sabor; solo queríamos llegar a nuestro destino final y punto. Al costado derecho, a una velocidad de unos 40 km/hora, un marrano criollo sucumbía, con la lengua fuera y las patas desdobladas, mientras su verdugo estaba empeñado en su muerte. ¡Oh, sorpresa! Junto a él, un puñado de aguacates vivos, maduros y frescos. ¡Debíamos parar! Debíamos ignorar el horrible espectáculo del hombre y comer aguacate, por Dios.

Yuca cocida, aire fresco, una señora con un delantal viejo floripepiado; todo volvía a la normalidad. Las montañas eran montañas, los pájaros cagaban libremente encima de nuestro carro, el perro montañero era tierno y amable, y la continua repetición de frases de Pacho era como un poema de Benedetti. Las 12 horas de viaje tuvieron su recompensa; no había mamón, mango o mazorca que valiera la pena.

Todo es causa y efecto; llegó la cagada, casi en medio de la nada, pero, ¿qué más da? Había que darle paso al esfínter.

- Señora, présteme el baño.
- Claro, mijo, ahí en ese cuarto.

Apaguen la música de su cerebro; sus sentidos jamás lograrán captar la sensación que sentí. Lo juro, no estaba bajo la influencia de la marihuana. El inodoro era más bien una instalación enferma de Dalí, plantado en la mitad del cuarto. Al malcerrar la puerta, entraban tres rayos de luz del sol que amablemente iluminaban el recoveco, dándole ese aire de arte de la gran manzana. Su olor era olor a río, a flor de río, como huelen las gotas de sudor de un bebé. La textura de las paredes podía ser inspiración para la construcción de una iglesia en el cielo; la acústica permitía no hablar para no distorsionar el poco sonido que allí entraba. Créanme, al cagar, solo añoraba estar secuestrado ahí, sentarme a dibujar o a escribir con un lápiz amarillo sin borrador y un cuaderno viejo de apuntes cuadriculado. En la pared, un espejo en forma de retazo; su reflejo daba hacia el infinito. Supuse que en ese cuarto habitaban quizás las almas más puras de la montaña; todo era tan limpio, tan rebuscado. Juro que la yuca, el aguacate y el marrano habían sido fruto de aquella cloaca que daba vida a todo lo que debajo yacía.

Viajé con mis amigos durante 4 días, visitamos lugares hermosos de Colombia, pero jamás olvidaré la mejor cagada de mi vida.

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