lunes, 25 de julio de 2022

El día de la muerte de mi papá

De verdad admiraba a mi papá. Era un personaje que hace parte de la historia de mi ciudad, de mi vida y así nunca haya vivido conmigo, puedo contar lo admirable que fue.


Recuerdo que solía usar servilletas para hacerme dibujos, con un esfero del cuál se sentía orgulloso y que salía del bolsillo de su camisa. 


Montado en sus grandes carros, le encantaba andar, preguntar, conocer personas. su rico perfume olía a aventura, amaba a los animales más que a su vida.


Nunca creí en Papá Noel, en el fondo mi hermano y yo sabíamos que sólo él era capaz de sorprendernos con algún regalo memorable. 


Nos llevaba al paraíso si era necesario; rara vez nos decía que no. Sí a todo: sí a comer arroz chino hasta reventar, sí a los mejores tenis, sí a largas horas paseando, sí a pasteles en La Dacha, sí a balones de fútbol, sí al cine, sí a manejar sus carros, que fuera cual fuera, para nosotros siempre era el mejor, la joya de la corona. Sí al presente, sí a vivir felices sin el peso del pasado y sin la ansiedad del futuro.


Éramos felices a su lado; nos enorgullecía todo lo que conseguía, todo lo que era. No había nadie como él; todos lo saludaban. En algunas partes era el gran gerente, en otras, el profesor Álvaro, el humano, el vecino, el tío, el hermano, pero jamás el enemigo; nunca alguien se refería mal a él.


¡Era tan gigante! No solo en su estatura; sus ideas brillaban destellos de progreso. Entendía las matemáticas como ningún otro. Sabía que si tenía un peso aquí, en Venezuela tendría tanto y en otro lado tanto; por ende, no existía negocio que no entendiera. Era un genio, un genio triste, un genio bohemio, un genio enamorado.


Le encantaba el whisky, la buena música y se derretía por las mujeres.


Era, porque mi papá poco a poco se fue apagando y su cuerpo envejeció vertiginosamente. Sentía que el poder de controlar todo se le escapaba con cada minuto de diálisis; su corazón perdía fuerza y sus ideas solo conducían a existir. Pero nunca perdió la grandeza.


¿Cómo hacía para ignorar que estabas luchando por vivir? Sentía tu miedo en mis sueños, sentía tu angustia en mi espalda. Te sentía luchar, papi.


Seguirás siendo el viejo querido, el viejo loco inteligente. Seguirás vivo en mis recuerdos y en mi piel. Tu suave pelo negro será siempre radiante.


Te amo, papi; siempre te voy a amar, siempre te recordaré como el mejor. Nunca olvidaré tus canciones de cuna, tu manera de vestir, tus caricias tímidas, tus relojes, tus ojos curiosos y tu innata elegancia.


Adelante, papi, sigue adelante, no importa a dónde te fuiste.