viernes, 28 de septiembre de 2012

Bogotá

Una ciudad increíblemente fría, donde los árboles y los baches parecen aliarse. El transporte masivo es insuficiente, inseguro, maltratado e indolente; una urbe violada, plagada de intrusos y visitantes. ¿Quién podría vivir así? Apenas salgo y me siento como un mosco en la leche, como un ciudadano malcriado a merced del mantra "todo es más fácil con Venezuela al lado".

Pero toda esa mierda no me importa, porque precisamente es esa mierda la que conforma su innegable virtud. Es el ambiente del sudaca condensado en una gran nevera, llena de delicias por probar; una ciudad que es más una prueba de vida y de supervivencia cultural. Aquí, los animales decentes y la gente que frunce el ceño desde las 4 de la mañana conviven con el aroma a chocolate, almojabana y buen porro. Es una gran "cemental" llena de magia, colores, eventos y arquitectura tatuada.

Soy feliz en esta puta (literal) ciudad fría.

miércoles, 26 de septiembre de 2012

La ciudad

La piedra, el zapato, los zapatos, la tristeza. El gamín, la princesa, el barro y la pobreza. Sales, entras, ¿cuando sales, realmente entras? El cine, en el centro, una mancha en un espacio muerto. El cartel, la pared; la pared no tiene dueño. Donde todo es de todos, pero no por comunas, sino por fuerza. El amor, la candela, los perros y la indiferencia.

Mi nona

Coautora de tristezas y alegrías.

Tiré las metras al monte

Después de haber comido pollo con papas y yuca al vapor, un día impregné mis calzoncillos de alegría y salí a disfrutar de la sana vagabundería. Con 400 metras en una bolsa, buscaba meter todo en el hoyo, incluso la tristeza crónica de mis días, sin temor a equivocarme. Ese día me encontré con tantas risas, bicicletas y medias deshilachadas. Junto a un árbol de mamón, sin mamones, celebré la victoria de haber ganado en la calle, sumando más metras. Dos horas más tarde, las tiré al monte.